Este artículo fue publicado originalmente en el Suplemento Enfoques del diario La Nación
el día 5 de Enero de 2014
el día 5 de Enero de 2014
En muy pocos
lugares del mundo el marxismo tiene una presencia cotidiana, más allá de las
arqueologías académicas. Incluso en esos ámbitos, independientemente de ser
revisitado con alguna frecuencia, el pensamiento de Marx tiene una relevancia
menor frente a otras formas de mirar lo social y lo político. Curiosamente,
entre nosotros no es así. En los últimos tiempos, dos casos resonantes han
puesto al pensamiento del filósofo de Tréveris en la consideración pública, en
la prensa y en la pluma de los intelectuales.
Tanto el
ministro de economía Axel Kicillof como el mismísimo Papa Francisco han
desarrollado curiosas interpretaciones con eje en el marxismo. Uno y otro
negaron de un modo sinuoso ser marxistas pero al mismo tiempo reconocieron
cierto gusto en ser vistos por el ojo ajeno como miembros de ese club. El
ministro de economía insiste en que su postura frente a su profesión tiene que
ver más con las ideas Keynesianas, pero de todas formas, la calificación de
marxista a la obstinadamente se ve enfrentado, no lo incomoda. El Papa fue
crítico con las ideas marxistas, incluso llegó a decir que estaban equivocadas,
sin embargo, dijo conocer a marxistas que resultaron ser muy buena gente y que
por esa razón no se vería ofendido si alguien viera en él un marxista.
Cuando se alude
al marxismo en estos casos, ¿Se está pensando en el corpus de ideas del
materialismo histórico y en las experiencias políticas del socialismo real? ¿O
se está hablando de algo diferente?
Identidad virtuosa
A primera vista,
pareciera que toda aproximación política que se imagina de izquierda o que se
piensa a sí misma como portadora de valores populares, se cree, de algún modo,
marxista. Esta hipótesis de identidad virtuosa se construye sobre cuatro
pilares: un rechazo entusiasta a las ideas liberales, una fuerte vocación
estatalista y antimercado, un riguroso espíritu crítico frente a todo lo que
provenga de los Estados Unidos y un discurso cargado de menciones hacia el
pueblo. Estos rasgos, presentes también en opciones como el nazismo y el
fascismo, dibujan el perfil de un izquierdismo bastante torpe -con el que
incluso el propio Marx marcaría diferencias- pero sencillo de instrumentar con
economía de gestos y un lenguaje acotado.
La versión del
marxismo de aeropuerto a la que se alude en estos casos, opera como una suerte
de sustitución teórica de ideales. Curiosamente, los ideales cientifistas,
racionalistas y positivistas de la literatura marxiana quedan reducidos a unos
pocos tópicos identificables con los del populismo. Las referencias a este marxismo invertebrado que hacen Kicillof y el
Papa Francisco son, en realidad, la continuación del populismo por otros
medios. Es hacer realidad el sueño de
cualquier argentino que cree hacer política por izquierda. Mezclar a
Perón con Marx, y si se puede sazonar con alguna pizca freudiana, después de
todo, ha sido una de las constantes de la política y la academia argentina
desde hace más de 50 años. Los resultados, medidos en términos democráticos,
son desalentadores.
Corrección política
Las posiciones
de izquierda tienen, entre nuestros profesionales de la política, un
revestimiento de corrección desproporcionado frente a lo que sucede en la
realidad. La pregunta que se impone en este caso es muy clara: ¿Cómo es posible
que, en un país donde casi todas las opciones políticas se definen como de
izquierda, haya cada vez mayor desigualdad? Esto admite una respuesta doble: O
bien los políticos no son todo lo de izquierda que dicen ser o bien la
izquierda no es portadora de las virtudes que románticamente anuncia. Para
cerrar el círculo ideológico del sistema político argentino, la derecha prácticamente
no existe, al menos enunciativamente, y ningún político se reivindica desde
este lugar ideológico, en algún punto cargado de vergüenza. Todo esto en un
país conservador, provinciano, cerrado sobre sí mismo y con fuertes prácticas
feudales y clientelares.
El resultado de la
alquimias política de mezclar marxismo y populismo se mide en términos de
atraso. Al atraso que supone el populismo se le adiciona el retroceso de una
mirada ostensiblemente marcada por el fracaso como es la del marxismo. Las
sociedades a las que les ha ido mejor en las últimas décadas no tomaron ninguno
de estos caminos. Ni minimizaron el papel de la democracia como experiencia ni
resumieron los criterios de igualdad y libertad al dogmatismo de un credo
izquierdista. Por el contrario, se reconciliaron con la dimensión liberal de la
democracia y desde allí asumieron compromisos reales de mejoras sociales,
avances culturales e inclusión política. Ninguna de las sociedades que miramos
con atención se funda en el desprecio al mercado y en un estatismo ciego.
Tampoco generan sociedades en donde la beligerancia sustituye al diálogo y
empequeñece el debate.
Cuando Kicillof,
Bergoglio y la izquierda cultural argentina se visten de este marxismo liviano
asumen, inadvertidamente, las condiciones estructurales del fracaso de la
democracia argentina y obstaculizan una mirada esperanzada y creativa. Los
ideales invocados no se alcanzan por los caminos elegidos. Ni la igualdad ni la
libertad llegaron, históricamente, de la
mano del marxismo o del populismo, mal podrían llegar del maridaje planteado
antojadizamente en nuestro país.
El equívoco más
fuerte en términos teóricos es suponer que la búsqueda de la igualdad y la
libertad están resumidas y recluídas en las ideas y las prácticas del marxismo
o en las del populismo. Las distintas realidades políticas se obstinan en
señalar ese error mostrando que las formas teóricas que intentan mejorar la
vida de las personas no se encuentran acotadas por las fronteras axiomáticas y
actitudinales de estas tradiciones.
No es mala idea preguntarle a cualquier
ciudadano de Europa del Este, a las damas de blanco en Cuba o al gran artista
Ai Wei Wei en China, si el marxismo es sinónimo de justicia, igualdad y
libertad.
8 comentarios:
Un placer total para mí me causó leer y reflexionar con semejante artículo. Felicitaciones.
Agustin R de la Precilla
Muy bueno, interesante pero incomplete. El marxismo es una herramienta de análisis social, y el uso politico no depende de Marx.
Gracias a ambos por pasar y por comentar. Gracias Agustín y Felipe, no se que decir que no haya escrito en la nota.
Abrazo a ambos
Impecable, gracias por el artículo
Un placer leerte! Gracias!
Marxismo no es lo mismo que estalinismo, lo digo por el último párrafo. Saludos.
La verdad, es la segunda vez que leo un artículo tuyo... y me sorprendo, hallando en esta reflexión, lo que yo pudiera llegar a percibir. Digo percibir, porque no tengo la cantidad de libros ni la teoría aprendida al dedillo como, observo, vos tenés.
Y justamente, acá va una pequeña anécdota que me pasó en Tréveris, cuando visité la casa (una de ellas) de Marx. Mientras recorríamos su casa con la audio guía (en español) casi tuve la sensación de que Marx no vivió como el pensaba... Casi toda su vida, vivió pidiendo dinero a su amigo, Engels. Dinero que nunca le devolvió... Claro, estaba entregado a su causa, a su pensamiento, sin embargo, a Engels no le había ido tan mal (ya que lo ayudaba mucho económicamente). Ya el padre de Marx, se había quejado de su hijo... porque se había gastado todos sus ahorros antes de terminar la universidad... (estoy apelando a mi memoria)... Ahora que lo pienso, quizás el ministro de economía y el Papa, sí han hecho como Marx en cuanto a su modo de vida: vivir de prestado (el Papa apela a la caridad), que se puede traducir en planes asistenciales. Pero no siguieron lo que él escribió. Gracias por esta reflexión. Firma: Estrella Planisig.
En cuanto a la felicidad y la intromisión del Estado. Opino que la felicidad es parte de la intimidad de las personas. Algo relacionado con la privacidad. Lo que debe asegurar el Estado, no es la felicidad, sino, resguardar y contribuir a la satisfacción de las necesidades básicas para que nosotros no ocupemos nuestras cabezas pensando en una salidera bancaria, en la inflación, en la SUBE que no puedo cargar y por fin... podamos pensar en cómo ser felices. A veces pienso, que no somos felices, porque nos distraen mucho la sin salud, la sin seguridad, la sin educación... y lo que colma la paciencia es que se quieran ocupar de nuestra felicidad sin ocuparse de lo otro antes.
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